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Pon un Toni Erdmann en tu vida (y sé feliz)



Nunca es mal momento para que te preguntes si eres feliz. O, bueno, igual sí que lo es, sopésalo un momento mientras tratamos de desgranar esta joya quintaesencial, de larga duración, en la que se ha convertido Toni Erdmann. En unos tiempos donde el neocapitalismo marca la hoja de ruta político-económica, lejos queda aquello que promulgaba George Santayana cuando decía que “la vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla”. Maren Ade, directora y guionista de esta extraña mezcla entre comedia absurda y presunta realidad familiar, se enfunda el traje de retratista para convencernos de que existen motivos suficientes como para tomarnos el trabajo demasiado en serio. La vida, si nos ponemos rigurosos. Así, lo que resulta de este excéntrico viaje hacia el punto de encuentro de las lindes humanas es una hipérbole, más dramática que graciosa, sobre la imagen, los rebaños y nuestra intención por seguirlos. Pero la cineasta alemana juega en otro plano de realidad, quizá anacrónico, en el que rompe con las convenciones de dos géneros a menudo descompensados cuando se trata de empastarlos. Ade desarrolla los códigos de ambos sin ningún tipo de cortapisas, porque lo que sugieren las (a menudo grotescas) situaciones es más conmovedor que las propias secuencias en las que se busca la empatía. En otras palabras: entendemos mejor la relación entre Winfried e Inès -que, al fin y al cabo, es la premisa de la cinta- cuando el humor incómodo sustituye a las reflexiones existenciales.


Se trata, por extensión, de una obra educada en el exceso que Ade consigue mantener a flote a base de golpes tonales y cambios argumentales. Cuando, por primera vez, aparece Winfried interpretando al controvertido Toni Erdmann, con Inès rodeada de compañeros, un volantazo en el guión nos desorienta por completo. La sátira sobre la diferencia entre géneros dentro de una empresa educada en el liberalismo deviene en un juego de humillaciones con cierto tufo a farsa. De acuerdo, todo bien. Pasan los minutos, risas, ceños fruncidos y, sutilmente, de ese mismo dislate absurdo e hilarante -obra de un Peter Simonischek cercano, dientes postizos y peluca ridícula mediante, a los Abbott y Costello más costumbristas- nace un dramón paterno-filial construido con mucho, mucho pulso narrativo. Y bien, que en este maremágnum de grandes temáticas (como el doble rasero, la pérdida emocional entre padre e hijos o el auge de economías independientes) nos sorprenda lo lúcida que está la cineasta, es para hacerse una idea de lo que significa Toni Erdmann para el cine. Conjugar tamaña cantidad de cuestiones para hacernos ver que lanzar un grito sordo contra lo establecido nunca antes fue tan ‘palmadita-en-la-espalda’ como ahora.


Así las cosas, no nos queda otra que agradecer a Ade la decisión de alarga el filme hasta las casi tres horas, de otro modo no habría sido posible (tal y como admitió en la rueda de prensa posterior a su presentación en Madrid) observar cómo Winfried e Inès desarrollan absolutamente todo un arco de personalidad, con luces y sombras, desde el escalafón más bajo hasta el delirio agudo. Algo así como si todos fuéramos capaces de mostrar al mundo nuestro Jekyll, pero también nuestro pequeño Mr. Hyde. Ser libres, de una vez por todas. No obstante, más allá de que se acerque a una comedia de doble género con mucha fuerza y momentos realmente intensos -memorables la interpretación a capella de ‘The Greatest Love of All’ de Whitney Houston y, particularmente, una de las escenas de desnudo más divertidas del siglo, ambas a cargo de Sandra Hüller- Toni Erdmann posee cierto aroma a contracultura posmoderna, a rebelde en un mundo estrictamente burocratizado. De entrada, Ade ha creado a un monstruo que tan pronto te hace llorar de alegría como de ternura (lo que recuerda en cierto modo al tratamiento empleado por Dagur Kári en Corazón gigante), tan pronto analiza la sociedad actual en par de frases como lanza un plano eterno para contarnos que las caretas, normalmente, suelen durar muy poco si con ello queremos ser diferentes ante, en este caso, un familiar. No es fácil generar conmoción después de entender que esto va de carcajadas y caricaturas. Mucho menos mostrar una sensibilidad especial para ahondar en la soledad del ser humano, cuando bien parece una sátira inteligentísima sobre todo y nada a la vez. Que lo es, pero también otras muchas cosas. Qué le vamos a hacer, así es la vida, una línea recta atiborrada de subtextos que se empeñan en hacerla más complicada.

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